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Paquete Económico 2026 explicado para empresas: oportunidades y riesgos

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A minutos del límite legal, la SHCP entregó el Paquete Económico 2026, el mapa de ruta fiscal y macroeconómica con el que México busca transitar un año de menor incertidumbre y mejores perspectivas de crecimiento. El documento eleva el rango estimado del PIB y perfila un marco de ingresos y gasto que, si se ejecuta con disciplina, puede anclar expectativas y planeaciones empresariales.

El corazón del paquete está en los Criterios Generales de Política Económica, donde Hacienda proyecta un crecimiento del PIB de entre 1.8 y 2.8% en 2026, por encima del rango de 1.5 a 2.5% planteado en los precriterios de abril. La secretaría justifica el ajuste en un entorno internacional más favorable y en la fortaleza de la demanda interna. La señal es relevante: el gobierno apuesta por una reactivación moderada pero sostenida, en un contexto de menor incertidumbre sobre políticas comerciales y cadenas de valor más estables.

En el frente fiscal, el paquete incluye la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos. Se prevén ingresos presupuestarios por 8.7 billones de pesos —un +6.3% real anual— y un gasto de 7.0 billones+5.1% real anual—. Para el sector privado, estas magnitudes importan por dos razones: marcan el tamaño del impulso fiscal y acotan el espacio para políticas contracíclicas; además, condicionan oportunidades en compras públicas, infraestructura y provisión de servicios asociados.

Si bien el optimismo oficial es más alto que el consenso, la narrativa de Hacienda apuesta por una normalización gradual. El sector privado recientemente estimaba un avance de 1.4% del PIB para 2026, mientras que Banxico sitúa su proyección puntual en 1.1% (rango 0.3–1.9%). Esta brecha no invalida el escenario de la SHCP, pero sí invita a las empresas a planear con rangos: presupuestos con supuestos base conservadores y escenarios alternos para inversión, inventarios y contratación.

En el corto plazo, la prudencia macro continúa. Para este año, Hacienda anticipa un PIB entre 0.5 y 1.5%, una inflación de 3.8% y un tipo de cambio promedio de 19.9 pesos por dólar. Para 2026, la expectativa es que la inflación cierre en 3.0%, consistente con la convergencia al objetivo de Banxico hacia el tercer trimestre. En tasas, la referencia de mercado —Cetes a 28 días— se proyecta en 6.0% al cierre de 2026. A hoy, la inflación anual se ubicó en 3.51% en julio y la tasa de referencia se mantiene en 7.75%, por lo que el camino a la baja sería gradual y sujeto a choques externos. Para las compañías, esto sugiere costo financiero todavía exigente en la primera mitad del año, con alivio paulatino hacia el cierre.

En las variables petroleras, el gobierno asume un precio del crudo de 54.9 dólares por barril en 2026 (ligeramente menor a los precriterios) y una plataforma de producción de 1.79 millones de barriles diarios. Son supuestos prudentes, pero que exigen consistencia operativa: logística, mantenimiento y ejecución para evitar desviaciones que comprometan ingresos públicos. Un petróleo cercano a esos niveles tiende a estabilizar finanzas sin generar dependencia excesiva del ciclo energético.

¿Qué significa todo esto para el empresariado? Primero, que 2026 podría ser un año de normalización operativa con menor volatilidad en precios y tipo de cambio, pero aún con tasas que obligan a seleccionar proyectos por rentabilidad. Segundo, que la demanda interna seguirá siendo el motor: el consumo y la inversión orientada al mercado doméstico tenderán a sostener ventas en sectores con cadena de suministro ordenada y servicio postventa robusto. Tercero, que la política pública buscará anclar expectativas vía certidumbre presupuestaria, lo que abre ventanas en infraestructura, salud, energía y digitalización de procesos gubernamentales.

Para capitalizar el escenario, conviene trabajar con presupuestos flexibles y tableros de control que permitan reconfigurar portafolios ante cambios de demanda o de costo financiero. En comercio exterior, un tipo de cambio estable alrededor de los supuestos oficiales ayuda a fijar precios y coberturas; en compras públicas, es vital seguir el calendario de licitaciones y alinear propuestas a metas de eficiencia y trazabilidad. En financiamiento, la expectativa de tasas a la baja hacia final de año habilita estrategias de refinanciamiento o emisiones en la segunda mitad, siempre y cuando los fundamentos de flujo y márgenes estén claros.

El Paquete Económico 2026 no garantiza por sí mismo el crecimiento, pero ofrece un marco de referencia que, si se acompaña de ejecución, puede descomprimir la incertidumbre. Para las empresas, el mensaje es pragmático: planear con datos, operar con disciplina y invertir donde la demanda es tangible. Con inflación a la baja, ingresos y gasto en expansión real y supuestos energéticos realistas, 2026 se perfila como un año para consolidar procesos, acelerar la eficiencia y convertir estabilidad en ventajas competitivas.

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