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Adiós José Mujica: Rebelde con causa, presidente con conciencia, humano por encima de todo.

Hoy no solo muere un expresidente. Hoy se despide una leyenda viva que desafió al poder con sandalias, que convirtió una pequeña granja en despacho presidencial y que llevó la filosofía campesina a las Naciones Unidas. José “Pepe” Mujica, símbolo mundial de la austeridad, falleció a los 89 años a causa de un cáncer de esófago, rodeado de afecto, ideas y coherencia hasta el final.

“Ya terminó mi ciclo. Me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso”, había declarado en enero pasado. La frase, directa como él mismo, fue el último acto de honestidad pública de un hombre que hizo de la franqueza su estandarte y de la humildad una revolución silenciosa.

De la guerrilla al Palacio… y de regreso al pueblo

Pepe Mujica no fue un político tradicional. Fue un insurgente, literalmente. Recibió seis balazos, escapó de prisión, pasó trece años en mazmorras militares —muchos de ellos en pozos subterráneos, aislado del mundo— y sobrevivió para liderar un país que no siempre lo comprendió, pero al que dedicó cada gramo de su vida.

Se integró a la política formal tras la dictadura, fundando junto a otros exguerrilleros el Movimiento de Participación Popular dentro del Frente Amplio. Diputado en 1994, senador en 1999, ministro de Ganadería en 2005 y presidente en 2010. Su ascenso fue constante, aunque jamás dejó que el poder se le subiera a la cabeza: prefería su escarabajo celeste de 1987 a cualquier escolta oficial.

Y aunque se retiró formalmente en 2020, su influencia política jamás se extinguió. En 2019 volvió al Senado encabezando la lista más votada de su partido. En 2024, anunció su enfermedad con crudeza y sin rodeos: “Estoy enfermo, no tengo nada que ocultar”.

Populismo con sandalias, filosofía con mate

¿Qué hacía de Mujica un fenómeno mundial? Su discurso. Pero no el de los políticos de siempre, sino uno que brotaba de la vida misma. Desde su chacra, donde cultivaba flores con su compañera Lucía Topolansky, Mujica lanzó al mundo una pregunta que todavía resuena en foros internacionales:

“Cuando compras algo, no lo compras con dinero, lo compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener ese dinero. Y la vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad.”

Ese pensamiento lo convirtió en una figura insólita. Admirado por Barack Obama y Nicolás Maduro por igual. Invitado por Naciones Unidas y citado por músicos como Ricky Martin o bandas como Aerosmith. Capaz de defender la democracia liberal y al mismo tiempo elogiar a la revolución cubana. Un equilibrista ético en un mundo de extremos.

El país que lo amó… y también lo cuestionó

Pese a su proyección internacional, dentro de Uruguay Mujica generó amores y críticas. Fue el artífice de leyes históricas como la legalización del aborto, del matrimonio igualitario y del uso recreativo de la marihuana —logros que hicieron que el mundo mirara asombrado hacia un país pequeño y progresista—. Pero también dejó tareas inconclusas: una ambiciosa reforma educativa que nunca despegó, obras de infraestructura fallidas, y un déficit fiscal que cerró con interrogantes su mandato.

Porque Pepe Mujica no era infalible. Era humano. Y eso lo hacía aún más creíble.

La coherencia como legado

En su despedida del Senado en 2020, Mujica soltó una de sus frases más inolvidables:

“Triunfar en la vida no es ganar. Es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae.”

Fue su filosofía de vida. Se levantó tras la tortura, la prisión, el fracaso político y las derrotas personales. Nunca dejó que la amargura le quitara la sonrisa. Gobernó sin corbata, habló sin filtros y vivió como predicó: con las manos sucias de tierra, el alma limpia y la conciencia tranquila.

Pepe Mujica no necesitó mármol para inmortalizarse. Su legado no está en estatuas, sino en el imaginario colectivo de una humanidad que, por un momento, encontró en él una respuesta a la vorágine del siglo XXI: vivir con poco, sentir mucho y pensar por uno mismo.

Hoy, América Latina despide al último de sus sabios. Y aunque su cuerpo descansa, sus ideas —esas que hablaban de libertad, tiempo y felicidad— seguirán sembrándose en cada rincón del continente.

Hasta siempre, Pepe. Gracias por recordarnos que el poder no vale más que la dignidad, ni la política más que la humanidad.

Autor

Fernando Zea

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Fernando Zea

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