La Plaza de San Pedro volvió a ser escenario de una de las escenas más simbólicas del catolicismo: la fumata blanca emergiendo desde lo alto de la Capilla Sixtina, anunciando al mundo que ya hay nuevo pontífice. Las plegarias fueron escuchadas: “Habemus Papam”, proclamaron las transmisiones, y el nombre que resonó en todo el mundo fue el de Robert Francis Prevost, ahora Papa León XIV, el primer estadounidense en asumir la responsabilidad de guiar a más de 1,400 millones de católicos en el mundo.
Pero si algo define al nuevo Papa no es su nacionalidad, sino la riqueza de sus raíces y experiencias. Nació hace 69 años en uno de los barrios más humildes de Chicago, hijo de una bibliotecaria de origen español y un catequista con sangre francesa e italiana. Su historia no se limita a las calles de su ciudad natal. León XIV es un hombre forjado entre culturas, lenguas y realidades: desde el corazón de Estados Unidos hasta las comunidades rurales del norte peruano, donde dejó una huella profunda como misionero, párroco y obispo.
Su vínculo con Perú es tan fuerte que, además de adoptar su nacionalidad, lo consideran “uno de los suyos”. Pasó más de 20 años entre los peruanos, visitando comunidades aisladas, compartiendo con los más desfavorecidos y enseñando con sencillez. Fue precisamente ese espíritu misionero el que más valoraba su antecesor, el Papa Francisco, quien lo consideraba un hombre cercano, confiable y con un profundo sentido pastoral.
Antes de convertirse en Papa, Prevost ocupó uno de los cargos más influyentes en la estructura vaticana: prefecto del Dicasterio de los Obispos, una posición estratégica desde donde supervisó el nombramiento de pastores en todo el mundo. Su estilo fue claro: ni príncipes ni burócratas; el obispo debía ser cercano, servidor y constructor de puentes.
En su primer mensaje como León XIV, frente a una plaza emocionada, ofreció palabras en español e italiano. Renunció al inglés, quizás como gesto hacia su herencia más amplia, esa que une a América del Norte con América Latina. Habló de una Iglesia “misionera, abierta, que acoge a todos con caridad, diálogo y amor”. También tuvo un emotivo recuerdo para sus feligreses en Chiclayo, su antigua diócesis, que lo sigue nombrando con cariño y admiración.
Dicen quienes lo conocen bien –los que lo llaman simplemente “Bob”– que es un hombre sereno, amante del tenis y discreto en su forma de ser. No posee el carisma desbordante de su predecesor, pero sí una firme vocación de escucha, un liderazgo sobrio y una mirada clara hacia los desafíos contemporáneos. Cree en una Iglesia cercana a los migrantes, sensible a las desigualdades y consciente de su papel como promotora de justicia social.
El mundo asiste así al inicio de un nuevo capítulo en la historia del papado. León XIV, el Papa que creció en los márgenes de Chicago y se formó entre los Andes, tiene ante sí la titánica tarea de continuar la reforma eclesial iniciada por Francisco, adaptarla a los nuevos tiempos y construir puentes donde hoy hay muros.
