Murió el Nobel peruano a los 89 años. Con él se va una era, pero su legado permanece más vivo que nunca.
Por Fernando Zea
El mundo de la literatura despide hoy a uno de sus más grandes arquitectos del lenguaje, pensador agudo y testigo implacable de la historia latinoamericana. Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, ha fallecido este día a los 89 años, cerrando así una vida consagrada a las letras, al pensamiento liberal y a la pasión por la palabra como forma de verdad.
Con su muerte, se extingue una de las voces más poderosas y prolíficas del llamado “Boom Latinoamericano”, aquel movimiento literario que —junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes— cambió para siempre la narrativa en español. Pero a diferencia de sus contemporáneos, Vargas Llosa fue también un intelectual profundamente involucrado en los grandes debates políticos y culturales del siglo XX y XXI.
El autor total
Desde su primera gran novela, La ciudad y los perros (1963), Mario Vargas Llosa se reveló como un narrador feroz, incisivo y técnicamente revolucionario, capaz de capturar los laberintos del poder, la miseria humana, la violencia, el amor y la libertad con la misma intensidad.
Obras como La casa verde, Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo y Travesuras de la niña mala han sido traducidas a más de 40 idiomas, consolidándolo como uno de los escritores más leídos, estudiados y discutidos del mundo hispano.
Pero su genio no se limitó a la novela. Fue también ensayista, dramaturgo, columnista y crítico implacable. Su mirada sobre la sociedad —siempre lúcida, muchas veces polémica— lo convirtió en un referente intelectual más allá del ámbito literario.
Una figura política, un intelectual incómodo
Vargas Llosa no solo escribió sobre el poder: lo enfrentó y, en algún momento, intentó ejercerlo. Fue candidato a la presidencia del Perú en 1990, en una contienda histórica contra Alberto Fujimori, que marcaría su ruptura definitiva con la política activa pero no con el debate público.
Desde entonces, se convirtió en un defensor irrestricto del pensamiento liberal clásico, de la democracia y de la libertad individual, lo que le granjeó admiradores y detractores por igual. Nunca buscó agradar: buscó decir lo que creía.
En los últimos años, incluso desde la controversia, siguió escribiendo, opinando, viajando y debatiendo, con la misma pasión que a los 30 años. Fue miembro de la Academia Francesa y de la Real Academia Española, y recibió decenas de doctorados honoris causa y premios internacionales.
Un legado inmortal
La obra de Mario Vargas Llosa es una cartografía literaria del alma latinoamericana, una reflexión constante sobre la libertad, la corrupción, el deseo, el poder, la historia y la condición humana. Leerlo es entender no solo al Perú, sino a toda una región marcada por sus luces y sus sombras.
Su muerte no es el fin de una carrera, sino la consagración de una vida dedicada al arte de contar y pensar. En un tiempo de ruido y fugacidad, su literatura sigue siendo una invitación al silencio profundo de la lectura y a la lucidez del pensamiento crítico.
📜 Las frases que inmortalizan su pensamiento
“La literatura es fuego. Significa inconformismo, insatisfacción, duda permanente y rebelión.”
“Donde hay libertad, hay literatura.”
“Escribir es una manera de vivir. A veces, la más intensa.”
“La utopía ha muerto, pero la necesidad de soñar no. Y los sueños se expresan en las novelas.”
“Un país sin libertad de expresión es un país sin libertad.”
“Toda buena novela dice la verdad, por más que cuente mentiras.”
“El amor y la literatura fueron mis dos grandes destinos. Ambos me han salvado del naufragio.”
Una despedida con gratitud
Hoy, miles de lectores en el mundo abren sus libros como quien enciende una vela.
Se va el hombre. Queda el autor. Permanece la obra.
Y con ella, la promesa de que la literatura —como la libertad— nunca muere.
