La adquisición de Twitter por parte de Elon Musk marcó uno de los movimientos empresariales más comentados y virales de la última década. Desde el inicio, la compra generó incertidumbre en los mercados financieros, en los empleados de la empresa y en los millones de usuarios de la plataforma. Musk no solo compró una red social, sino que adquirió un espacio clave para la conversación pública global.
Uno de los primeros cambios visibles fue el despido masivo de empleados, que redujo drásticamente la plantilla de la empresa. Musk argumentó que la estructura previa era ineficiente y que Twitter necesitaba convertirse en una compañía más ágil. Sin embargo, estas decisiones despertaron críticas sobre la sostenibilidad operativa y la calidad del servicio.
Otro punto central fue la modificación de las políticas de moderación de contenido. Musk defendió una visión más amplia de la libertad de expresión, lo que generó tensiones con gobiernos, anunciantes y organizaciones civiles. Muchas marcas pausaron su inversión publicitaria por temor a asociarse con contenido controversial.
La introducción de suscripciones de pago, como Twitter Blue, buscó diversificar las fuentes de ingresos más allá de la publicidad. Este modelo pretendía monetizar a los usuarios más activos, aunque su implementación inicial generó confusión y críticas.
Además, el cambio de nombre a “X” simbolizó la intención de Musk de transformar la red social en una “super app”, con servicios financieros, pagos y comunicaciones integradas. Este enfoque recuerda al modelo de aplicaciones asiáticas como WeChat.
En el mundo empresarial, el caso Twitter-X se estudia como un ejemplo de liderazgo disruptivo, con decisiones rápidas, alto riesgo y una visión a largo plazo que aún genera debate sobre su viabilidad.
